Nuestros mundos
Nuestros mundos. Nos rodean, unidos e individuales entre sí, formando un todo que configura la existencia a la que nos vemos sometidos en nuestro ir y venir a lo largo del tiempo.
Comenzamos en el mundo de la infancia, condenado al adiós tarde o temprano, tan difícil de descifrar, con tanto por explorar, enfrentado a su entorno, de espíritu anárquico, rebelde y travieso.
En guerra constante con el autoritarismo del mundo adulto, al que llegamos poco a poco, cuando un día nos reconocemos en los demás como éramos antaño. Nuestro mundo adulto, siempre asediado, fraccionado por los otros orbes que componen nuestra geografía a semejanza de como lo hacen los continentes con la tierra.
Como el mundo del trabajo, al servicio de otros o a nuestro servicio, casi siempre inconformista, complicado, un devorador de tiempo.
El mundo del amor, de la pasión, de la búsqueda inconformista, de la ensoñación, de la ilusión hecha pedazos. Maldito para algunos; el verdadero Edén para otros.
El mundo del hogar, nuestro centro neurálgico, una fachada, un encierro o un refugio.
El mundo de la rutina, nuestro día a día, nuestro quehacer espantado, aburrido y atrapado en la red del pescador de vidas.
El mundo del ahora, del presente, en el que nos preguntamos cómo será el mañana sin prestar atención al hoy.
El mundo de nuestro entorno; rostros que van y vienen, cambiados por los ciclos, todos conocidos, pocos amigos.
Y el mundo de la vejez, un recuerdo persistente del “y si hubiera...”; un renacer agotado, un veterano soldado que ha combatido en los innumerables mundos que forman nuestro ser.
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